CARTA ENCÍCLICA
MENS NOSTRA
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
MENS NOSTRA
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
INTRODUCCIÓN
1. A ninguno de vosotros, venerables hermanos, se le oculta cuál fue
nuestra intención o nuestro ánimo cuando, al comenzar este año, anunciamos al
orbe católico un jubileo extraordinario para celebrar el quincuagésimo
aniversario de aquel día en que, recibida la ordenación sacerdotal, ofrecimos
por vez primera el santo sacrificio del altar.
Porque, como solemnemente declaramos en la constitución apostólica Auspicantibus
Nobis, promulgada el día 6 de enero de 1929[1],
con dicha celebración no sólo queríamos que nuestros queridos hijos, la gran
familia cristiana confiada a nuestro corazón por el benignísimo Corazón Divino,
participasen en la alegría de su Padre común, y unidos con él diesen gracias al
Supremo Dador de todo bien, sino que, además y sobre todo, abrigábamos la dulce
esperanza de que, franqueados con paternal liberalidad los tesoros celestiales
de que el Señor nos ha hecho dispensadores, tendrían los fieles dichosa
oportunidad para fortalecerse en la fe, crecer en la piedad y perfección
cristiana y ajustar fielmente a las normas del Evangelio las costumbres
públicas y privadas; con lo cual, y como fruto hermosísimo de la total
pacificación de cada uno consigo mismo y con Dios, se podría esperar la mutua
pacificación de las almas y de los pueblos.
2. No fue vana nuestra esperanza. Porque aquel encendido ardor de
devoción, con que fue acogida la promulgación del jubileo, lejos de menguar con
el transcurso del tiempo, ha ido creciendo cada vez más, ayudando a ello el
Señor con memorables acontecimientos que harán imperecedera la memoria de este
año, verdaderamente de salud.
Con indecible consuelo hemos podido ver, en gran parte con nuestros
propios ojos, este magnífico aumento de fe y de piedad, y entrañablemente nos
hemos complacido en contemplar tan gran muchedumbre de hijos queridísimos, a
los cuales pudimos recibir en nuestra casa y, por decirlo así, estrechar con
paternal afecto contra nuestro corazón.
Hoy, mientras desde lo más íntimo del alma elevamos al Padre de la misericordia
un ardiente himno de gratitud por tantos y tan señalados frutos como El se
dignó producir, madurar y cosechar en su viña durante este Año Jubilar, nuestra
pastoral solicitud nos mueve e impulsa a procurar que de tan prósperos
comienzos resulten en lo sucesivo grandes y permanentes beneficios para la
felicidad y salvación de los individuos, y, por tanto, de toda la sociedad.
3. Y meditando Nos cómo podría esto conseguirse, recordamos que nuestro
predecesor, de f. m., León XIII, al promulgar en otra ocasión el santo jubileo,
con palabras gravísimas, que hacíamos nuestras en la citada constitución Auspicantibus
Nobis[2],
exhortaba a todos los fieles a recogerse algún tiempo para poner en cosas
mejores sus pensamientos apegados a la tierra[3],
y recordamos también cómo nuestro predecesor, de s. m., Pío X, tan celoso
promotor y ejemplo vivo de santidad sacerdotal, al promulgar en el año jubilar
de su sacerdocio una piadosísima y memorable exhortación al clero católico[4],
daba enseñanzas preciosas y escogidas para elevar a mucha altura el edificio de
la vida espiritual.
4. Siguiendo, pues, las huellas de estos Pontífices, hemos juzgado
oportuno hacer también Nos algo, aconsejando una práctica excelente, de la cual
esperamos que el pueblo cristiano sacará muchísimo y extraordinario provecho.
Nos referimos a la práctica de los Ejercicios espirituales, que deseamos
ardientemente se promueva y difunda más y más cada día, no sólo en ambos
cleros, sino también entre las agrupaciones de seglares católicos, y que nos
complacemos en dejar a nuestros amados hijos como recuerdo de nuestro Año
Jubilar.
Lo cual hacemos con tanto mayor gusto, al declinar ya el año del
quincuagésimo aniversario de nuestra primera Misa, cuanto que nada nos puede
ser más grato que recordar las celestiales gracias e inefables consolaciones
que muchas veces hemos experimentado al hacer los Ejercicios espirituales, con
cuya práctica asidua hemos marcado como con otros tantos jalones las distintas
etapas de nuestra vida sacerdotal, y hemos sacado luz y alientos para conocer y
cumplir el divino beneplácito. Nada nos es más grato, finalmente, que recordar
cuanto en todo el transcurso de nuestro ministerio sacerdotal trabajamos por
instruir al prójimo en las cosas del cielo por medio de los mismos Ejercicios,
con tanto fruto y tan increíble provecho de las almas, que con razón juzgamos
que los Ejercicios espirituales son y constituyen un especial medio para
alcanzar la eterna salvación.
I. IMPORTANCIA, OPORTUNIDAD
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS
Y UTILIDAD DE LOS EJERCICIOS
Su valor en nuestro tiempo
5. Y en verdad, venerables hermanos, que al considerar, siquiera sea de
paso, los tiempos que vivimos, se verá por más de una razón la importancia,
utilidad y oportunidad de los santos retiros. La más grave enfermedad que aflige
a nuestra época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata
lamenta, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres.
De ahí la disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de
ahí la insaciable codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y
extingue en las almas el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las
enreda en las cosas exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la
consideración de las verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del
mismo Dios, único principio y fin de todo el universo creado; el cual, no
obstante, por su infinita bondad y misericordia, en nuestros mismos días y a
pesar de la corrupción de costumbres que todo lo invade, no deja de atraer a
los hombres hacia Sí con abundantísimas gracias.
Pues para curar esta enfermedad que tan reciamente aflige hoy a los
hombres, ¿qué remedio y qué alivio mejor podríamos proponer que invitar al
piadoso retiro de los Ejercicios espirituales a estas almas débiles y descuidadas
de las cosas eternas? Y, ciertamente, aunque los Ejercicios espirituales no
fuesen sino un corto retiro de algunos días, durante los cuales el hombre,
apartado del trato ordinario de los demás y de la baraúnda de preocupaciones
halla oportunidad, no para emplear dicho tiempo en una quietud ociosa, sino
para meditar en los gravísimos problemas que siempre han preocupado
profundamente al género humano, los problemas de su origen y de su fin, de
dónde viene el hombre y adónde va; aunque sólo esto fuesen los Ejercicios
espirituales, nadie dejaría de ver que de ellos pueden sacarse beneficios no
pequeños.
Para formar hombres
6. Pero todavía sirven para mucho más. Porque al obligar al hombre al
trabajo interior de examinar más atentamente sus pensamientos, palabras y
acciones, considerándolo todo con mayor diligencia y penetración, es admirable
cuánto ayudan a las humanas facultades; de suerte que en esta insigne palestra
del espíritu, el entendimiento se acostumbra a pensar con madurez y a ponderar
justamente las cosas, la voluntad se fortalece en extremo, las pasiones se
sujetan al dominio de la razón, la actividad toda del hombre, unida a la
reflexión, se ajusta a una norma y regla fija, y el alma, finalmente, se eleva
a su nativa nobleza y excelencia, según lo declara con una hermosa comparación
el papa San Gregorio en su libro Pastoral:
«El alma humana, a la manera del agua, sí va encerrada, sube hacia la
alto, volviendo a la misma altura de donde baja; pero si se la deja libre, se
pierde, porque se derrama inútilmente en lo más bajo»[5].
Además, al ejercitarse en las meditaciones espirituales, la mente,
gozosa en su Señor, no sólo es avivada como por ciertos estímulos del silencio
y fortalecida con inefables raptos, como advierte sabiamente San Euquerio,
obispo de Lyón[6],
sino que es invitada por la divina liberalidad a aquel alimento celestial, del
que dice Lactancio: Ningún manjar es más sabroso para el alma que el
conocimiento de la verdad[7],
y es admitida a aquella escuela de celestial doctrina y palestra de artes
divinas[8],
como la llama un antiguo autor (que largo tiempo se creyó fuese San Basilio
Magno), donde es Dios todo lo que se aprende, el camino por donde se va,
todo aquello por donde se llega al conocimiento de la suprema verdad[9].
De donde se sigue claramente que los Ejercicios espirituales tienen un
maravilloso poder, así para perfeccionar las facultades naturales del individuo
como principalmente para formar al hombre sobrenatural o cristiano. Ciertamente
que en estos tiempos, cuando el genuino sentido de Cristo, el espíritu
sobrenatural, esencia de nuestra santa religión, vive cercado por tantos
estorbos e impedimentos, cuando por todas partes domina el naturalismo, que
debilita la firmeza de la fe y extingue las llamas de la caridad cristiana,
importa sobre toda ponderación que el hombre se sustraiga a esa fascinación de
la vanidad que obnubila lo bueno[10],
y se esconda en aquella bienaventurada soledad, donde, alumbrado por celestial
magisterio, aprenda a conocer el verdadero valor y precio de la vida humana
para ponerla al servicio de sólo Dios; tenga horror a la fealdad del pecado;
conciba el santo temor de Dios; vea claramente, como si se le rasgase un velo,
la vanidad de las cosas terrenas, y, advertido por los avisos y ejemplos de
Aquel que es el camino, la verdad y la vida[11],
se despoje del hombre viejo[12],
se niegue a sí mismo, y acompañado por la humildad, la obediencia y la
voluntaria mortificación de sí mismo, se revista de Cristo y se esfuerce en
llegar a ser varón perfecto, y se afane por conseguir la completa medida de la
edad perfecta según Cristo, de la que habla el Apóstol[13];
y más aún, se empeñe con toda su alma en que también él pueda repetir con el
mismo Apóstol: «Yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo
vive en mí»[14].
Estos son los grados por los que sube el alma a la consumada perfección, y se
une suavísimamente con Dios, mediante el auxilio de la gracia divina, lograda
más copiosamente durante esos días de retiro, por más fervorosas oraciones y
por la participación más frecuente de los sagrados misterios.
Cosas son éstas, venerables hermanos, verdaderamente singulares y
excelentísimas, que exceden con mucho a la naturaleza. En su feliz consecución
se hallan, y solamente en ella, el descanso, la felicidad, la verdadera paz,
que con tanta sed apetece el alma humana, y que la sociedad actual, arrebatada
por la fiebre de placeres, busca inútilmente en el ansia de los bienes
inciertos y caducos, en el tumulto y agitación de la vida. En cambio, vemos muy
bien por experiencia cómo en los Ejercicios espirituales hay una fuerza
admirable para devolver la paz a los hombres y elevarlos a la santidad de la
vida; lo cual también se prueba por la larga práctica de los siglos pasados, y
quizá más claramente por la de nuestros días, cuando una multitud casi
innumerable de almas, que bien se han ejercitado en el sagrado retiro de los
Ejercicios, salen de ellos arraigadas en Cristo y edificadas sobre El como
sobre fundamento[15],
llenas de luz, saturadas de gozo e inundadas por aquella paz que supera a todo
sentido[16].
Para formar apóstoles
7. Pero de esta plenitud de vida cristiana, que a todas luces producen
los Ejercicios espirituales, además de la paz interior, brota como
espontáneamente otro fruto muy exquisito, que redunda egregiamente en no escaso
provecho social: el ansia de ganar almas para Cristo, o lo que llamamos
espíritu apostólico. Porque natural efecto de la caridad es que el alma justa,
donde Dios mora por la gracia, se encienda maravillosamente en deseos de
comunicar a las demás almas aquel conocimiento y aquel amor del Bien infinito
que ella misma ha alcanzado y posee.
Ahora bien: en estos tiempos en que la sociedad humana tiene tanta necesidad
de auxilios espirituales, cuando las lejanas tierras de las Misiones blanquean
ya para la siega[17]
y reclaman cada vez más numerosos operarios, cuando nuestros mismos países
exigen escogidísimas legiones de sacerdotes de ambos cleros que sean idóneos
dispensadores de los misterios divinos y numerosos ejércitos de piadosos seglares
que, unidos estrechamente con el apostolado jerárquico, le ayuden con celosa
actividad, consagrándose a las múltiples obras y trabajos de la Acción
Católica, Nos, venerables hermanos, enseñados por el magisterio de la historia,
consideramos y celebramos los sagrados retiros de los Ejercicios como Cenáculos
—alzados como por inspiración divina— donde los corazones generosos,
fortalecidos por la gracia, ilustrados por las verdades eternas y alentados por
los ejemplos de Cristo, no sólo conocerán claramente el valor de las almas y se
encenderán en deseos de salvarlas en cualquier estado de vida en que, después
de diligente examen, crean que deben servir a su Creador, sino que, además,
aprenderán plenamente el celo, los medios, los trabajos y las arduas empresas
del apostolado cristiano.
II. LOS EJERCICIOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
En el principio de la Iglesia
8. Por lo demás, éste fue el procedimiento y método que nuestro Señor
empleó muchas veces para formar los pregoneros del Evangelio. Porque el mismo
divino Maestro, no satisfecho con permanecer largos años en su retiro de
Nazaret, antes de brillar a plena luz ante las gentes e instruirlas con su
palabra para las cosas del cielo, quiso pasar cuarenta días enteros en la mayor
soledad del desierto.
Y más aún, en medio de las fatigas de la predicación evangélica,
acostumbraba asimismo a invitar a los apóstoles al amable silencio del retiro: Venid
aparte a un lugar desierto y reposad un poco[18];
y, vuelto ya al cielo desde este mundo de trabajos, quiso que sus apóstoles y
discípulos recibieran su última formación y perfección en el Cenáculo de
Jerusalén, donde por espacio de diez días perseverando unánimes en la
oración[19],
se hicieron dignos de recibir al Espíritu Santo: memorable retiro, a la verdad,
el primero que bosquejó los Ejercicios espirituales, del que la Iglesia salió
dotada de perenne vigor y pujanza, y en el que, con la presencia y poderosísimo
patrocinio de la Virgen María, Madre de Dios, se formaron —junto con los
apóstoles— aquellos que justamente podríamos llamar los precursores de la
Acción Católica.
Desde aquel día, la práctica de los Ejercicios espirituales, si no con
el nombre y método que hoy se usa, por lo menos en cuanto a la cosa misma, se
hizo familiar entre los antiguos cristianos[20],
como enseña San Francisco de Sales y como lo dan a entender los indicios
manifiestos que se encuentran en las obras de los Santos Padres.
Así, San Jerónimo exhortaba a la noble matrona Celancia: «Elígete un
lugar conveniente y apartado del tráfago familiar, en el cual te refugies como
en un puerto. Lee allí tanto la Sagrada Escritura, sea tu oración tan asidua,
tan sólido y concentrado el pensamiento sobre todo el futuro, que con esa
vacación fácilmente compenses todas las ocupaciones del tiempo restante. Y no
decimos esto por apartarte de los tuyos; más bien lo hacemos así, para que allí
aprendas y medites cómo habrás de portarte con los tuyos»[21].
Y el contemporáneo de San Jerónimo, San Pedro Crisólogo, obispo de Rávena,
dirigía a sus fieles esta conocidísima invitación: «Hemos dado al cuerpo un
año, concedamos al alma unos días... Vivamos un poco para Dios, ya que el resto
del tiempo lo hemos dedicado al siglo... Resuene en nuestros oídos la voz
divina, no ensordezca nuestro oído el tráfago familiar... Armados ya así,
hermanos, ordenados así para el combate, declaremos la guerra a los pecados...
contando segura nuestra victoria»[22].
En la Edad Media
9. En el decurso de los siglos, los hombres han experimentado siempre en
su interior este deseo de la apacible soledad, en la cual, sin testigos, el
alma se dedique a las cosas de Dios. Más todavía: es cosa averiguada que cuanto
más borrascosos son los tiempos por que atraviesa la sociedad humana, con tanta
mayor fuerza los hombres sedientos de justicia y verdad son impulsados por el
Espíritu Santo al retiro, «para que, libres de los apetitos del cuerpo, puedan
entregarse más a menudo a la divina sabiduría, en el aula de su corazón, y
allí, enmudecido el estrépito de los cuidados terrenos, se alegren con
meditaciones santas y delicias eternas»[23].
San Ignacio de Loyola
10. Y habiendo Dios suscitado providencialmente en su Iglesia muchos
varones, dotados de abundantes dones sobrenaturales y conspicuos por el
magisterio de la vida espiritual —los cuales dieron sabias normas y métodos de
ascética aprobadísimos, sacados ora de la divina revelación, ora de la propia
experiencia, ya también de la práctica de los siglos anteriores—, por
disposición de la divina Providencia y por obra de su insigne siervo Ignacio de
Loyola nacieron los Ejercicios espirituales, propiamente dichos: Tesoro —como
los llamaba aquel venerable varón de la ínclita Orden de San Benito, Ludovico
Blosio, citado por San Alfonso María de Ligorio en cierta bellísima carta
«Sobre los Ejercicios en la soledad»—, «tesoro que Dios ha manifestado a su
Iglesia en estos últimos tiempos, por razón del cual se le deben dar muy
rendidas acciones de gracias»[24].
San Carlos Borromeo
11. De estos Ejercicios espirituales, cuya fama se extendió muy pronto
por toda la Iglesia, sacó nuevos estímulos para correr más animosamente por el
camino de la santidad, entre otros muchos, el venerable y por tantos títulos
carísimo para Nos, San Carlos Borromeo, quien, como en otra ocasión recordamos,
divulgó su uso entre el clero y el pueblo[25],
no sólo con su continuo trabajo y autoridad, sino también con aptísimas normas
y directorios, hasta el punto de fundar una casa con el fin exclusivo de que en
ella se practicasen los Ejercicios ignacianos. Esta casa, que el mismo santo
cardenal denominó Asceterium, viene a ser, en nuestra opinión, la
primera de cuantas más tarde, como feliz copia, han florecido por doquier.
Casas de Ejercicios
12. Pues como de día en día creciera en la Iglesia la estima de los
Ejercicios, vinieron también a multiplicarse por singular manera las casas a
ellos reservadas, verdaderos oasis felizmente colocados en el árido desierto de
esta vida, en los que con alimento espiritual se reaniman y confortan a su vez
los fieles de uno y otro sexo. Realmente, después del enorme desastre de la
guerra, que tan acerbamente perturbó a la gran familia humana; después de
tantas heridas como han lastimado la prosperidad espiritual y civil de los
pueblos, ¿quién será capaz de enumerar la ingente cifra de los que, viendo cómo
se extenuaban y desvanecían las engañosas esperanzas que antes habían
alimentado, entendieron claramente cómo habían de posponer las cosas terrenas a
las celestiales y, empujados por secreta inspiración del Espíritu Santo,
volaron a la conquista de la verdadera paz en el sagrado retiro? Prueba
clarísima son todos aquellos que, enamorados de la belleza de una vida más perfecta
y santa, o combatidos por las crudelísimas tempestades del siglo o conmovidos
por las inquietudes de la vida, o envueltos en los fraudes y sofismas del
mundo, o atacados por la terrible pestilencia del racionalismo, o seducidos por
los placeres de los sentidos, enderezaron un día sus pasos hacia aquellas
santas casas y gozaron del descanso de la soledad, tanto más dulcemente cuanto
mayores fueron las pasadas tribulaciones; y con el recuerdo de las cosas del
cielo dieron a su vida una orientación sobrenatural.
III. EJERCICIOS ESPIRITUALES
PARA LAS DIVERSAS CLASES DE HOMBRES
PARA LAS DIVERSAS CLASES DE HOMBRES
13. Por nuestra parte, mientras de lo íntimo de nuestro corazón
agradecido nos alegramos de esos comienzos de excelente piedad, en cuyo
acrecentamiento tenemos por cierto que se halla un eficacísimo remedio y
auxilio contra los males que amenazan, nos disponemos a secundar con todas
nuestras fuerzas los suavísimos designios de la divina bondad, a fin de que
esta secreta inspiración, suscitada por el Espíritu Santo en las mentes de los
hombres, no quede privada de la deseada abundancia de los dones celestiales.
Para la Curia Pontificia
14. Y esto lo hacemos con tanto mayor gusto cuanto que ya lo vemos hecho
por nuestros predecesores. Largo tiempo hace ya que esta Sede Apostólica, que muchas
veces había recomendado los Ejercicios espirituales, enseñaba también a los
fieles con su ejemplo y autoridad, convirtiendo los augustos palacios
vaticanos, durante unos días, en Cenáculo de la oración y la meditación;
costumbre que Nos mismo hemos adoptado espontáneamente con no pequeño gozo y
consuelo de nuestra alma. Y para procurar este gozo y consuelo a Nos y a los
que cerca de Nos viven, satisfaciendo sus comunes deseos, hemos ordenado ya que
se dispongan todas las cosas para que cada año se practiquen los Ejercicios
espirituales en nuestros palacios.
Para los obispos
15. Y bien manifiesta está la gran estima que vosotros, venerables
hermanos, tenéis a los Ejercicios espirituales: los practicasteis antes de
vuestra ordenación sacerdotal y os dedicasteis a ellos antes de recibir la
plenitud del orden sacerdotal; más tarde, y no pocas veces, presidiendo
vosotros mismos a vuestros sacerdotes, oportunamente convocados, acudís a los
mismos para alimentar vuestro espíritu con la contemplación de las verdades
eternas. Vuestra conducta a este respecto es tan preclara y meritoria, que Nos
no podemos menos de citarla con público elogio. Y no juzgamos dignos de menor
recomendación a aquellos obispos de la Iglesia, tanto oriental como occidental,
que, junto con el Metropolitano o Patriarca, se han reunido a veces en piadoso
retiro, acomodado a sus oficios y cargos. Ejemplo por cierto muy luminoso que
esperamos sea imitado con celosa emulación cuando lo consienta la naturaleza de
las cosas. Y no habrá, acaso, gran dificultad en esto si tales retiros se hacen
con ocasión de aquellas reuniones que celebran por oficio todos los prelados de
alguna provincia eclesiástica, ya para atender al bien común de las almas, ya
para deliberar sobre lo que más reclame la condición de los tiempos. Esto es lo
que Nos pensábamos hacer con todos los obispos de la región lombarda en aquel
brevísimo tiempo en que gobernamos la Iglesia de Milán, y sin duda lo habríamos
realizado en aquel primer año de pontificado si la Providencia no hubiese
tenido otros secretos designios sobre nuestra humilde persona.
Para sacerdotes y religiosos
16. Con razón, pues, estamos convencidos de que los sacerdotes y
religiosos que, anticipándose a la ley de la Iglesia, con laudable empeño
practicaban con frecuencia los Ejercicios espirituales, en lo futuro emplearán
con tanta mayor diligencia este medio de santificación cuanto más gravemente
les obliga a ello la autoridad de los sagrados cánones.
Por lo cual exhortamos insistentemente a los sacerdotes del clero
secular a que sean fieles en practicar los Ejercicios espirituales, al menos en
aquella módica medida que el Código del Derecho Canónico les prescribe[26],
de suerte que los emprendan y lleven adelante con ardiente deseo de su
perfección, para que adquieran aquella abundancia de espíritu sobrenatural, que
les es sumamente necesaria para procurar el provecho espiritual de la grey a
ellos encomendada y para conquistar muchas almas para Cristo.
Ese es el camino que han seguido siempre todos los sacerdotes que,
ardiendo en celo de las almas, más se han distinguido en dirigir al prójimo por
la senda de la santidad y en formar al clero, como, por citar un ejemplo
moderno, el beato José Cafasso, recientemente elevado por Nos al honor de los
altares. Pues siempre fue cosa ordinaria en aquel varón santísimo el dedicarse
asiduamente a los Ejercicios espirituales, con los cuales se santificara más
eficazmente a sí propio y a los otros ministros de Cristo y conociera los
celestiales designios; siendo al salir de uno de esos sagrados retiros cuando,
enriquecido con luz divina, indicó claramente a un sacerdote joven, penitente
suyo, que siguiera aquel camino que le condujo a él al sumo grado de la virtud:
nos referimos al beato Juan Bosco, cuyo solo nombre es su mayor elogio.
Los religiosos, que están obligados a practicar cada año los santos
Ejercicios[27],
cualquiera que sea la regla en que militen, hallarán sin duda en estos sagrados
retiros una rica e inagotable mina de bienes celestiales, que todos pueden
alcanzar según la necesidad de cada uno, para progresar más y más en la
perfección y andar con más aliento el camino de los consejos evangélicos.
Porque los Ejercicios anuales son un místico Árbol de vida[28],
con cuyos frutos tanto los individuos como las comunidades crecerán en aquella
laudable santidad con que debe florecer toda familia religiosa.
Y no crean los sacerdotes de uno y otro clero que el tiempo dedicado a
los Ejercicios espirituales cede en detrimento del ministerio apostólico. Conviene
a este propósito oír a San Bernardo, quien no dudaba en escribir al Sumo
Pontífice beato Eugenio III, de quien había sido maestro, estas palabras: «Si
quieres ser todo para todos, a imitación de Aquel que se hizo todo para todos,
alabo tu humanidad, con tal que sea completa. Mas ¿cómo será completa si te
excluyes a ti mismo? También tú eres hombre; luego para que tu humanidad sea
completa e íntegra, debe acoger en su seno a ti y a todos los demás; porque de
otro modo, ¿de qué te sirve ganar todo el mundo si tú te pierdes? Por lo cual,
cuando todos te posean, poséete tú también. Acuérdate, no digo siempre, no digo
a menudo, sino a lo menos algunas veces, de volverte a ti mismo»[29].
Para los laicos de Acción Católica
17. Con no menor solicitud, venerables hermanos, aconsejamos que con los
Ejercicios espirituales se formen convenientemente las múltiples legiones de la
Acción Católica; la cual no desistimos ni desistiremos nunca de fomentar y
recomendar con todas nuestras fuerzas, porque tenemos por utilísima (por no
decir necesaria) la participación de los seglares en el apostolado jerárquico.
No tenemos ciertamente palabras bastantes con que poder expresar la
singular alegría que nos ha inundado al saber que casi en todas partes se han
organizado tandas especiales de santos Ejercicios en que se ejercitan estos
pacíficos y valerosos soldados de Cristo, y principalmente los grupos de los
jóvenes. Los cuales, al acudir frecuentemente a ellos a fin de estar cada vez
más preparados y prontos para pelear las sagradas batallas del Señor, en ellos
no sólo hallan medios para imprimir en sí más perfectamente el sello de la vida
cristiana, sino que tampoco es raro que oigan en su corazón la secreta voz de
Dios, que los llama a los sagrados ministerios y a promover la salud de las
almas, y hasta los impulsa a ejercitar plenamente el apostolado. Espléndida es,
en verdad, esta aurora de bienes celestiales, a la que seguirá y coronará en
breve un día pleno con tal que la práctica de los Ejercicios espirituales se
propague más extensamente y se difunda con inteligencia y prudencia entre las
varias asociaciones de católicos, en especial de jóvenes[30].
Para todos
18. Y como en nuestros tiempos los bienes temporales y las comodidades a
ellos consiguientes, juntamente con cierto grado de bienestar, han alcanzado, y
no poco, a los obreros y demás personas que viven de un sueldo, alzándolos a un
plano mejor de vida, se ha de atribuir a la bondad de Dios misericordioso y
próvido el que también se reparta entre el común de los fieles este celestial
tesoro de los Ejercicios espirituales, que, a manera de contrapeso, contenga a
los hombres, no sea que, oprimidos por el peso de las cosas perecederas y
hundiéndose en las comodidades y atractivos de esta vida, caigan miserablemente
en las doctrinas y costumbres del materialismo. Por esto, con razón favorecemos
con ardiente celo las Obras «en pro de los Ejercicios» que en algunas regiones
van creciendo, y, sobre todo, los fructíferos y oportunos «Ejercicios de
Obreros» con las anejas «Asociaciones de Perseverancia»; y todas estas cosas,
venerables hermanos, deseamos recomendar a vuestra actividad y solicitud
pastorales.
IV. MODO DE HACER LOS EJERCICIOS
19. Mas para que los frutos que hemos enumerado se sigan de los santos
Ejercicios, es preciso hacerlos con la debida diligencia; porque, si sólo por
rutina o perezosa y negligentemente se practican estos Ejercicios, poco o
ningún provecho se obtendrá ciertamente de ellos.
Soledad y ausencia de cuidados
20. Por lo tanto, es preciso, ante todo, que en la soledad el alma se
entregue a las sagradas meditaciones, alejando todos los cuidados y
preocupaciones de la vida ordinaria; pues, como claramente enseña el áureo
librito «De la Imitación de Cristo»: En el silencio y la soledad aprovecha
el alma devota[31].
Así, pues, aunque pensamos que las santas meditaciones, con que públicamente se
ejercitan las masas, son de alabar y se han de promover con toda pastoral
solicitud, como enriquecidas por Dios con múltiples bendiciones, sin embargo,
recomendamos principalmente los Ejercicios espirituales practicados en secreto,
los que llaman «cerrados», en los que el hombre se aparta con más facilidad del
trato con las criaturas y recoge las distraídas facultades de su alma para
dedicarse sólo a sí mismo y a Dios, por medio de la contemplación de las
verdades eternas.
Tiempo suficiente
21. Además, los Ejercicios espirituales genuinos requieren que se
invierta en ellos cierto espacio de tiempo. Y aunque, según las circunstancias
de las cosas y de las personas, pueden reducirse a pocos días o extenderse a
todo un mes, no se han de abreviar demasiado, si se quieren obtener todos los
beneficios que prometen los Ejercicios. Porque así como la salubridad de un
lugar sólo favorece a la salud del cuerpo cuando se vive allí durante algún
tiempo, así el saludable arte de las sagradas meditaciones no ayuda eficazmente
al alma si no se ejercita durante cierto tiempo.
Método óptimo
22. Finalmente, interesa en sumo grado, para hacer bien los Ejercicios
espirituales y sacar de ellos el debido fruto, que se practiquen con un método
bueno y apropiado.
Y es cosa averiguada que, entre todos los métodos de Ejercicios
espirituales que muy laudablemente se fundan en los principios de la sana
ascética católica, uno principalmente ha obtenido siempre la primacía. El cual,
adornado con plenas y reiteradas aprobaciones de la Santa Sede, y ensalzado con
las alabanzas de varones preclaros en santidad y ciencia del espíritu, ha
producido en el espacio de casi cuatro siglos grandes frutos de santidad. Nos
referimos al método introducido por San Ignacio de Loyola, al que cumple llamar
especial y principal Maestro de los Ejercicios espirituales, cuyo admirable
libro de los Ejercicios[32],
pequeño ciertamente en volumen, pero repleto de celestial sabiduría, desde que
fue solemnemente aprobado, alabado y recomendado por nuestro predecesor, de
feliz recordación, Paulo III[33],
ya desde entonces, repetiremos las palabras empleadas en cierta ocasión por
Nos, antes de que fuésemos elevado a la cátedra de Pedro, «sobresalió y
resplandeció como código sapientísímo y completamente universal de normas para
dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección; como fuente
inexhausta de piedad muy eximia a la vez que muy sólida, y como fortísimo
estímulo y peritísimo maestro para procurar la reforma de las costumbres y
alcanzar la cima de la vida espiritual»[34].
Y cuando, al comienzo de nuestro pontificado, «correspondiendo a los
ardentísimos deseos y votos» de los Prelados de casi todo el orbe católico y de
uno y otro rito» por la constitución apostólica Summorum Pontificum,
fechada el día 25 de julio de 1922, «declaramos y constituimos a San Ignacio de
Loyola celestial Patrono de todos los Ejercicios espirituales y, por
consiguiente, de todos los institutos, asociaciones y congregaciones de
cualquier clase que ayudan y atienden a los que practican Ejercicios
espirituales»[35],
casi no hicimos más que sancionar con nuestra suprema autoridad lo que estaba
en el común sentir de los pastores y de los fieles: lo cual habían dicho
implícitamente, junto con el citado Paulo III, nuestros insignes predecesores
Alejandro VII[36],
Benedicto XIV[37],
al tributar repetidos elogios a los Ejercicios ignacianos; los cuales
enaltecieron con grandes encomios y aun con el mismo ejemplo de las virtudes
que en esta palestra habían adquirido o aumentado todos aquellos que —para
decirlo como el mismo León XIII[38]—
florecieron más en la doctrina ascética o en santidad de vida[39],
en los cuatro últimos siglos.
Y, ciertamente, la excelencia de la doctrina espiritual, enteramente
apartada de los peligros y errores del falso misticismo, la admirable facilidad
de acomodar estos Ejercicios a cualquier clase y estado de personas, ya se
dediquen a la contemplación en los claustros, ya lleven una vida activa en
negocios seculares; la unidad orgánica de sus partes; el orden claro y admirable
con que se suceden las verdades que se meditan; los documentos espirituales,
finalmente, que, una vez sacudido el yugo de los pecados y desterradas las
enfermedades que atacan a las costumbres, llevan al hombre por las sendas
seguras de la abnegación y de la extirpación de los malos hábitos[40],
a las más elevadas cumbres de la oración y del amor divino: sin duda alguna,
tales son todas estas cosas que muestran suficiente y sobradamente la
naturaleza y fuerza eficaz del método ignaciano y recomiendan elocuentemente
sus Ejercicios.
Retiro mensual
23. Resta, venerables hermanos, que para conservar y defender el fruto
de los Ejercicios espirituales, que con tantas alabanzas hemos encomiado, y
renovar su saludable recuerdo, recomendemos encarecidamente una piadosa
costumbre que bien puede llamarse breve repetición de los mismos Ejercicios,
esto es, el retiro mensual o a lo menos trimestral. Esta costumbre, que —usando
las mismas palabras de nuestro predecesor, de s. m., Pío X— vemos gustosos
introducirse en muchos lugares[41]
y que está en vigor principalmente entre las comunidades religiosas y los
sacerdotes piadosos del clero secular, deseamos vehementemente que se introduzca
entre los mismos seglares, pues realmente cede en no pequeña utilidad de los
mismos; sobre todo entre los que, absorbidos por los cuidados de la familia o
enredados en negocios, estén impedidos de hacer Ejercicios espirituales; porque
con estos retiros podrán suplir, al menos en parte, los deseados provechos de
los mismos Ejercicios.
CONCLUSIÓN
24. De este modo, venerables hermanos, si por todas partes y por todas
las clases de la sociedad cristiana se difundieren y diligentemente se
practicaren los Ejercicios espirituales, seguirá una regeneración espiritual;
se fomentará la piedad, se robustecerán las energías religiosas, se extenderá
el fructífero ministerio apostólico y, finalmente, reinará la paz en los
individuos y en la sociedad.
Mientras, sereno el cielo y callada la tierra, la noche alcanzaba la
mitad de su curso, en el retiro, lejos del concurso de hombres, el Verbo eterno
del Padre, hecho carne, apareció a los mortales y en las regiones etéreas
resonó el himno celestial: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad[42].
Este pregón de la paz cristiana —la paz de Cristo en el reino de Cristo—,
manifestación del deseo mayor de nuestro corazón apostólico, al que
intensamente se dirigen nuestras intenciones y trabajos, herirá profundamente
las almas de los cristianos que, apartados del tumulto y de las vanidades del
siglo, repasaren en profunda y escondida soledad las verdades de la fe y los
ejemplos de Aquel que trajo la paz al mundo y se la dejó como herencia: Mi
paz os doy[43].
Esta verdadera paz, venerables hermanos, anhelamos de corazón para
vosotros en este mismo día en que, por favor de Dios, se cumple el quincuagésimo
año de nuestro sacerdocio; y la misma con fervorosas oraciones pedimos a Aquel
que es saludado como Príncipe de la paz, al aproximarse la dulcísima fiesta del
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que puede llamarse misterio de paz.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de diciembre de 1929, octavo de
nuestro pontificado.
PÍO PP.
XI
Notas
[24] S. Alf. M. Liguori, Lettera sull'utilità degli Esercizi in
solitudine: Opere ascet. (Marietti 1847) 3,616.
[34] S. Carlo e gli Esercizi spirituali di S. Ignacio: «S. Carlo Borromeo nel 3.° Centenario dalla Canonizzazione» n. 23
(sept. 1910) 488.
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